Recuerdo haber contestado alguna vez, cuando aún no era un adulto con problemas de sueño, que lo que más me gustaba en la vida era dormir. Creo que por aquel entonces era una respuesta sincera. La cabeza no entraba en ebullición después de apagar las luces, ni siquiera estimulada por un rato de lectura trepidante bajo el edredón. Daba vueltas sobre el colchón, sí, pero no había que pasar por los rigores de la duermevela a las tres, a las cinco, a las seis y media. Podía dormir del tirón las ocho horas que muchos especialistas y más ciudadanos de a pie convienen en señalar como las adecuadas para un buen descanso diario.
Desde hace un tiempo, mi rutina nocturna de lectura la han ido complementando, en grado ascendente, pastillas de melatonina o pasiflora, infusiones de hierbas varias, y gotas con receta médica; he tenido que recurrir a la ciencia (suena mucho más fino que a las drogas) para lograr hacer lo que en un tiempo pasado definí como mi mayor placer. Y ni siquiera con estas ayudas he podido disfrutarlo de nuevo como en la infancia. Si la vida adulta ocultaba algunas trampas, esta debe de haber sido la mayor de todas ellas.
En este peregrinaje por distintos remedios para volver a descansar en buenas condiciones, me he topado con que el mío dista de ser un problema singular. En las farmacias y parafarmacias se agota con rapidez la tila alpina, en las boticas no dan abasto para cubrir todas las demandas de infusiones para reparar el sueño. Esta última expresión, que he leído en distintos prospectos, debería meter miedo, pero parece que ya no lo hace. A muchas personas se nos ha roto el sueño, y de alguna manera hemos normalizado buscar su arreglo por distintos medios, sin saber muy bien a qué atenernos.
Al principio, al compartir con personas cercanas este problema que parecía ir en aumento, las reacciones eran bastante similares. Muchos tenían claro que la culpa residía en el estrés y la ansiedad. Estos dos nombres parecían jugar a intercambiarse la identidad, tal cual dos gemelos idénticos, como si no hubiesen tenido problema alguno para irse uno a Londres y otro a California. Pero ni se iban a ningún lado ni llegaban a definirse del todo. Se hacía mención a ellos, acompañados por algún encogimiento de hombros, y se seguía adelante. Estrés y ansiedad son ya los nombres de dos viejos conocidos que nos cruzamos a menudo por la calle. O por el bulevar de los sueños rotos. Han ocupado el espacio que antes les concedíamos a las historias imprevisibles que tejían nuestras mentes al ponerlas en reposo.
Se habla mucho, con razón, de las consecuencias de un mal descanso. Se hace sobre todo a nivel de salud, mental y física. Pero, pensando en ello, me parece que no se le da importancia a la posibilidad de que estos problemas nos estén escatimando además historias en las que somos protagonistas; o lo que es lo mismo, múltiples vidas. Esas cuyos detalles se desvanecen al poco rato de despertarnos. Pero no recordar la mayoría de ellas a largo plazo no significa que no las vivamos al soñarlas. Y si se nos rompe el sueño, lo que es ya una desgracia, ¿qué pasaría si lo hiciesen también los sueños, en plural?
Dormir nos facilita soñar. Y aunque hay personas que tienden a hacer esto despiertas, la experiencia no es la misma. En los sueños encontramos respuestas distorsionadas a nuestros deseos, a nuestras preocupaciones. En ellos se revela lo que ocupa un lugar central en nuestros pensamientos, sea de manera pasajera o permanente. Confieso algo que quizás comparta (espero, por el bien de mi imagen) con otras personas: me gusta, en parte y no siempre, tener pesadillas realistas. Porque la sensación de alivio nada más despertarme de ellas, ese momento de revelación en el que compruebas que nada es real, es muy placentera. Y qué hay de intentar prolongar un sueño gustoso. Que levante la mano quien no se haya despertado, contra su voluntad, en mitad de una historia estupenda y haya tratado de volver a ella, de prolongarla, o incluso de alterar su conclusión para hacerla perfecta.
En los sueños tenemos una libertad que no encontramos cuando estamos despiertos. Es tal la libertad, de hecho, que ni siquiera podemos controlarlos. Pero si ocurren, los recordemos con mayor o menor precisión, significará al menos que estamos descansando. Que hemos podido cerrar los ojos y dejar atrás la ansiedad, el estrés o todo aquello con gafas y bigote postizo que intenta meterse en nuestras vidas, en el día a día, para hacernos la existencia más amarga y enrevesada.
Existen talleres de reparación de sueño; terapias y servicios para tratar de mejorar la calidad del descanso. Pero yo pienso en talleres de reparación de sueños, de nuevo en plural. Me los imagino como cualquier otro espacio en el que se dejan los coches y personas con los monos de trabajo manchados de grasa se ocupan del arreglo. Salvo que los coches somos nosotros. Nos hacen tumbarnos en una camilla, nos alzan con un elevador y se disponen a hacernos un chequeo completo. Nada de cambiar neumáticos ni de sustituir el chasis. El problema estará en el motor. En la cabeza. Y entonces, sin necesidad de hacer uso de llaves inglesas o destornilladores, procederán a la reparación. Recuperaremos nuestra capacidad para soñar.
Sería increíble contar con talleres como este en la realidad. Sin embargo, sería más increíble aún no tener que necesitar algo que, por el momento, solo es posible en el mundo de los sueños. E incluso ahí peligra su presencia, ahora. Si no dormimos bien, no soñamos bien. Decía Calderón de la Barca que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Si nos privamos de ellos, nos faltará descanso, lo que influirá en nuestro ánimo, en nuestra calidad de vida. Y pensemos en ello también: nos faltarán historias, esas que nuestra mente construye desafiando todos los límites de la realidad. Si el día a día nos arrebata todo ello, al llegar la noche podremos estar vivos, pero tal vez no estemos viviendo. El equilibrio está en hacerlo despiertos y dormidos.
Hoy he leído éste texto dos veces, la primera hice el intento de camino a casa en autobús, lo acompañé para mayor deleite de banda sonora en mis auriculares, escuchaba This Universe (Singh Kaur), digo hice intento porque me quedaba totalmente dormida, muy sincrónico todo, asique si te quieres apuntar éste título por si te surte efecto alguna noche puedes probarlo junto con las hierbas (aunque suene un poco raro).
Ya de vuelta, en la paz de mi hogar he disfrutado plenamente de tu lectura, yo creo que no debemos subestimar nuestro mundo onírico, podemos verlo como un lenguaje simbólico del subconsciente, puede que sí, que la vida es sueño y los sueños, sueños son, pero si puedes soñarlo, puedes hacerlo, ya lo dijo Walt Disney, yo añadiría, si puedes hacerlo porque antes lo has soñado, entonces procura soñar bonito.
Por cierto, preciosa imagen que acompaña el texto de noche estrellada haciendo espejo al navegar por su cielo, en un universo lleno de posibilidades 🌠
Que bonito hablar de sueños, dormidos o despiertos..... Me han encantado tus palabras!!!
Ojalá nunca dejemos de soñar, dormidos y despiertos!!! 😘