Me encontré con las declaraciones de Arturo Pérez-Reverte por casualidad. No porque no esté pendiente de sus palabras, he leído numerosas columnas que llevan su firma y sigo su perfil en Twitter, única red social, me parece, donde comparte contenido. Aquí mismo fue, en un tuit que casi se pierde entre la maraña, donde la cuenta de un medio de comunicación hizo alusión indirecta a ellas para demostrar cómo sería una de sus obras literarias adaptada al formato de un videojuego. Por supuesto, ni siquiera vi el resultado de esa propuesta, porque no era lo que me interesaba. Sí busqué la entrevista que Alberto Olmos le hizo para El Confidencial. En ella, decía lo siguiente: «Si yo ahora fuese un joven escritor no haría novelas, haría videojuegos y series de televisión. El futuro es eso. Da igual el soporte, porque lo que importa es la historia. ¿Cómo le vas a dar a un chaval, a un gamer, una novela de 800 páginas? No se la va a tragar, es imposible. Le das la misma historia en un soporte que esté a tono con su momento».
No me sorprendió el tono solemne, al que tiene acostumbrado a quienes lo leen, sino el contenido. Habla de lo que haría él si ahora fuese joven, pero lo que sigue es categórico. El futuro es eso. Da igual el soporte. En un primer momento, creí que el dardo me escocía por lo que de escritor tengo. Sin haber vendido millones de ejemplares de mi obra (como bien señala en esta misma entrevista que recomiendo leer, he llegado un poco tarde para esos tiempos), me gano la vida con ello. O la pierdo, según se mire; no es este un oficio que regale estabilidad sin miramientos. Lo que más disfruto escribiendo son novelas, que, curiosamente, es lo que más tiempo de dedicación exige si se compara con guiones o textos teatrales, por citar otros ejemplos. No hay mucho truco tras esto: las escribo porque no puedo no hacerlo, y las publico (no todas) porque quiero compartirlas con los lectores.
Y al pensar en estos últimos, caí en la cuenta de que estas palabras me picaban sobre todo desde ese punto de vista. El de lector. Pérez-Reverte se centra en un público joven como receptor de las historias que están por venir y contar, por eso apunta al mundo audiovisual de los videojuegos y las series. ¿Leen los jóvenes cada vez menos? Es posible, aunque según donde se busquen los datos referentes a esto, los resultados serán distintos. No obstante, todos coinciden en que hay un amplio espectro de la sociedad más joven que sí lee. Consumen, sobre todo, novela juvenil. New adult, se empeñan en llamarlo, cuando no supondría mucho sudor dar con un equivalente en castellano. Pero no solo eso: leen también novela negra, ciencia ficción, romántica, histórica, autoficción, ensayo… Leen de todo. La cuestión es que en este presente y futuro de realidades virtuales, de plataformas digitales, los adolescentes y quienes empiezan a dejar de serlo no han perdido el hábito de la lectura.
Pero vamos más allá. ¿Qué pasa con el resto de la población? Los lectores de treinta, los de cuarenta, los de setenta… Parecería, atendiendo a estas afirmaciones, que se ha acabado lo de escribir para ellos. Si quieren seguir leyendo, que tiren de hemeroteca. Después de todo, las bibliotecas y las librerías están llenas de historias magníficas escritas en décadas y siglos anteriores. Para qué acumular más. Los escritores, a partir de ahora, deben olvidar la prosa y asimilar los nuevos códigos. Ser novelista en pleno siglo XXI, querer serlo, no es más que una utopía. Distopía, más bien. ¿Qué habría pasado si, en el siglo XX, un escritor de referencia hubiese dicho que la novela ya no tendría más recorrido debido a la llegada de nuevos formatos? ¿Qué habría sucedido si un Pérez-Reverte novel hubiese dado con esas palabras? Me gustaría saberlo, con total honestidad. Ser testigo de su reacción: mandar al infierno al autor de esa afirmación, reflexionar profundamente sobre la misma, contagiarse del pesimismo y la desesperanza, renunciar a escribir novelas… Qué.
Por casualidades de la vida, que casi nunca son tal, mientras rumiaba la idea de escribir un texto acerca de estas declaraciones (es decir, hace un par de días), comencé a leer Historias de Pat Hobby, de Francis Scott Fiztgerald. Esto me pasa por no estar jugando sin pausa al Call of Duty o al Fortnite, lo sé. O por no tener una videoconsola en casa, directamente. Mea culpa. El hecho es que, en la introducción de este libro, se hace referencia a que, en 1936, dicho autor llega a afirmar que la novela, «el instrumento más sólido y más flexible que permite transmitir de un hombre a otro las emociones y los pensamientos, está a punto de subordinarse a un arte mecánico y comunitario, incapaz de reflejar otra cosa que el pensamiento más trivial y la emoción más tópica». Habla del cine, y va todavía más allá al añadir que «en 1930 ya tuve la intuición de que el cine sonoro convertiría al novelista, aunque éste dispusiera de la mayor audiencia, en algo tan arcaico como el cine mudo».
La obra de Scott Fitzgerald (oh, sorpresa) no ha sido tan leída en vida del autor como a partir de su muerte. Eso deja clara una cosa: los escritores mueren; sus libros, por el momento, no. Y esto que podría resultar una coincidencia, no lo es. Porque la historia, al menos en estos asuntos, es cíclica. Los tiempos cambian, por supuesto, y con él los formatos de comunicación sufren mutaciones. Pero ahí sigue la novela, correosa como ella sola. Da igual que auguren su desaparición mil y una veces. Aguanta. Y aguanta porque escritores como Arturo Pérez-Reverte han seguido publicando a lo largo de toda su carrera, por más que los nuevos tiempos y la aparición de nuevas formas de entretenimiento amenazasen con silenciar las obras literarias para siempre.
Los videojuegos pueden estar muy bien. Las series pueden estar muy bien. Igual de bien que la lectura, que no es sustituible ni por los primeros ni por las segundas. Pueden ser complementarios, pero ¿de verdad harían prescindible un placer como el de leer? El soporte no da igual, porque la experiencia no es la misma. Por supuesto que siempre se contarán historias, y que surgirán nuevas maneras de hacerlo. Pero, y aquí me pongo categórico yo, que este es mi espacio, para quienes somos lectores (millones en este país, aunque no consumamos todos lo mismo) no ha nacido una experiencia equivalente a la lectura. Me puede gustar el cine, me puede gustar seguir un canal de YouTube, pero ¿qué tiene que ver todo eso con leer? ¿Cómo podría dejar de leer novelas si no hay nada parecido a ello?
Decidí escribir algo al respecto de estas ideas, las de un futuro donde los escritores solo escriban guiones de videojuegos y series, porque me parecían muy desacertadas. Pero tengo que reconocer que, por el momento, lo que han detonado es una defensa a ultranza de las novelas y de la lectura. Quizás, si alguien tan reconocido como Pérez-Reverte no las hubiese pronunciado, las alabanzas a la literatura se perderían entre tanto contenido en redes sociales respecto a los videojuegos y en los medios de comunicación respecto al fenómeno de las series. Quizás, cuando a lo largo de la historia distintas voces destacadas de este arte han puesto su futuro en entredicho, lo han hecho como una llamada de atención a quienes vienen por detrás. Quizás no. Pero, puestos a escoger, prefiero pensar lo primero. De todas maneras, sí estoy de acuerdo en una cosa: lo que importa son las historias. Y yo, como lector, quiero seguir leyéndolas.
Hace tiempo que dejé de leer a Perez Reverte porque me cuesta separar su obra del señoro que demuestra ser en sus entrevistas y columnas. Lo hice, y mucho, en mi primera juventud, alucinada con sus historias y su manera de construir historias desde la escritora que quería ser. Hay algo que me llama mucho la atención: lo fácil que resulta hablar desde el privilegio, siendo quien ya lo ha conseguido todo (o casi) y hacerlo como si se estuviera en posesión de la verdad absoluta. Sobre cualquier tema, sobre todos los temas. ¿Es necesario tener una opinión sobre cada cosa? ¿Puedes tenerla? Yo solo sé que no sé nada y que cuanto más aprendo menos me parece que sé. Curiosamente, la respuesta a casi todo está en los libros (y en internet también, claro), así que, mientras los sigamos teniendo, habrá esperanza.
Gracias por la reflexión de viernes.
¿Qué sería de la vida de quienes leemos sin novelas? Esta forma de vivir la enseñamos a quién amamos, hijos, sobrinos, nietos, amistades y regalamos historias nuevas o clásicas para que vivan sabiendo que tienen un sitio dónde disfrutar, dónde esconderse, encontrarse, charlar, aprender,... y es entre las páginas de un libro.
Importa el formato tanto como cuando dijeron que el libro digital acabaría con el tradicional y no, conviven juntos, cada quién lee como más le gusta o puede según sus circunstancias.
Y necesitamos novelas nuevas, historias nuevas porque los clásicos son geniales pero bien sabemos que ellos, los libros, nos escogen y que bueno que haya mucho para recibir y para leer. Necesitaríamos muchas vidas más para leer todo lo escrito pero lo importante es vivir está rodeados de libros, textos, newsletter que nos aporten y hagan de esta experiencia humana un lugar mejor.
Gracias por este «ya es viernes» y por los demás porque creo que somos muchos los que sentimos cada palabra que escribes y nos acercas a la literatura reflexiva con mucho mimo y cuidado. Gracias, Paulo.