Las ciudades no parecen cerrar nunca del todo los ojos. Cuando cae la noche y las calles se vacían, aún quedan rastros de vida dispersos por aquí y por allá. Basta con alzar la vista en un paseo nocturno para descubrir la existencia de otros. Ventanas iluminadas en edificios dormidos, pequeños rectángulos de luz que se recortan contra la oscuridad como trazos de historias invisibles.
Resultan intrigantes esas luces encendidas cuando todo lo demás parece estar apagado. Hay algo íntimo en ellas, algo que revela que la noche no es sinónimo de descanso para todos. Una luz a las tres de la mañana puede ser el refugio de un insomne que da vueltas en la cama sin encontrar acomodo, el rincón de un estudiante que apura las últimas horas antes de un examen, el escenario de una madre meciendo a su hijo inquieto en la penumbra de la madrugada.
A veces me pregunto si quienes están detrás de esas ventanas iluminadas se sienten solos en su vigilia. Si piensan en que, en algún punto de la ciudad, hay otros ojos abiertos, otras lámparas encendidas. Me gusta imaginar que hay un lazo invisible entre quienes comparten la noche sin verse, como un pequeño club de desconocidos que, por un rato, existen al mismo tiempo en esa franja horaria en la que el resto del mundo duerme.
No todas las luces encendidas tienen por qué ser solitarias. Están las que iluminan cocinas donde alguien regresa tarde y cena sin prisas, en la compañía de otro. O las que pertenecen a una habitación donde dos personas comparten una conversación pausada, sin la prisa que impone el día. También están las de los hospitales, encendidas por necesidad, testigos de noches largas y pacientes desazonados.
Luego están las luces que no deberían estar encendidas, pero que delatan olvidos. La de una oficina donde alguien dejó el flexo de escritorio encendido al marcharse, la de un escaparate donde los maniquíes parecen vigilar la calle desierta, la de un balcón donde la bombilla sigue alumbrando por descuido. Luces que no tienen dueño en ese momento, pero que cumplen igualmente su función: hacer visible lo que, de otro modo, quedaría oculto.
En la soledad de una luz encendida en mitad de la noche, pueden emerger las preocupaciones o quedar soterradas. Pueden salir los fantasmas o desvanecerse, al fin. Pueden tomarse o postergarse decisiones fundamentales; desde luego, pueden rumiarse unas cuantas. Puede escucharse el silencio o hacerse más evidente el ruido que satura nuestra cabeza. Puede suceder todo, puede suceder nada. Las posibilidades son infinitas.
Solemos asociar la oscuridad con lo más terrible, como ese lugar donde nuestras pesadillas cobran forma y nuestros miedos se hacen más grandes y terribles. La ausencia de luz nos deja muchas veces vendidos y vencidos, entregados a una fragilidad extrema. Cuando no podemos ver, los otros sentidos se aguzan, con el temor de no ser suficientes. Con la certeza de que algo malo puede pasar. Pero la luz no es garantía de nada. A veces, es ella misma quien quiebra un corazón o hace saltar por los aires una vida entera. Porque, al contrario que la oscuridad, la luz muestra, revela, expone. Y si bien los miedos son algo abstracto, lo que queda a la vista toma la forma de lo concreto. Y es en la concreción donde las personas perdemos muchas batallas.
Sin embargo, hay algo reconfortante en esas luces dispersas. Son un recordatorio de que la ciudad nunca está del todo vacía, de que siempre hay alguien despierto al otro lado, compartiendo, aunque sea sin saberlo, una parte de nuestra propia vigilia. De que, incluso en la noche más oscura, cuando las tinieblas amenazan con devorarnos por medio de preocupaciones, dudas o miedos, siempre hay un punto de luz encendido en algún lugar. Un pequeño faro que nos indica que, aun pudiendo estar perdidos, no estamos solos.
Muchas gracias por la acogida que ha tenido la noticia sobre las dos próximas formaciones de escritura. Seguiréis recibiendo los próximos miércoles una publicación relacionada con el acto de escribir, y ahí podréis ver la información referente a los cursos, así que cuando todo esté preparado y disponible en mi página web, lo sabréis.
Me gusta pensar en ese hilo invisible que une a personas en la misma situación sin saberlo, en la vigilia, en la oscuridad, en la preparación de algo importante, pero también en la luz, en la alegría, en el despertar.
Suena como la letra de una canción, "brillando en la oscuridad, absolutamente en paz"🎼
Me gusta pensar que en la oscuridad de la noche tambien se escriben preciosas canciones que después iluminan muchas noches oscuras del alma.