Seguro que estás familiarizado con el síndrome del impostor. Después de todo, son pocas las personas (si es que existen) que no sufren su compañía. Hay algo, dentro de nosotros, que a la hora de escribir (y de afrontar muchas otras situaciones) parece querer frenarnos, aun en contra de nuestra voluntad. Una masa informe que te pone la zancadilla, una vocecilla que te repite que no eres capaz de hacerlo bien, una sensación de no ser suficiente, de que seguir adelante con eso que quieres hacer no compensa, de que no te traerá nada que merezca la pena.
A mí me gustaría decirte, y por eso mismo voy a hacerlo, que se aprende a convivir con este síndrome. Porque si bien no parecer existir la posibilidad de eliminarlo para siempre, sí es posible silenciarlo. Y las decisiones se toman con mucho más gusto y libertad cuando no es él el que tiene la palabra. Pero que esto te lo diga yo quizás no tiene el peso suficiente para convencerte de ello. Así que déjame compartir contigo la experiencia de algunos escritores que han marcado la historia de la literatura universal y que, sorpresa, han tenido que hacer frente a esta misma convivencia.
Franz Kafka tenía un trabajo agotador y apenas encontraba tiempo para escribir. Lo hacía de madrugada, con el cuerpo roto por el cansancio y con la ansiedad devorándolo por dentro. Una vez llegó a anotar esto en su diario: «Otra noche perdida. No soy nada». Poco después, escribió La metamorfosis.
La primera vez que Margaret Atwood intentó escribir una novela, se quedó bloqueada. «No puedo hacer esto», se dijo a sí misma. Guardó el manuscrito en un cajón y trató de convencerse de que no tenía talento. Años después, recuperó aquellas páginas y las convirtió en su primer libro publicado.
Ray Bradbury no tenía dinero para comprar una máquina de escribir, así que alquilaba una en la biblioteca a cambio de unas cuantas monedas. Le costaba demasiado como para perder el tiempo dudando. Así que, tecleando sin parar para no gastar de más, escribió Fahrenheit 451.
Truman Capote revisaba tanto sus textos que rara vez los terminaba. Escribía hasta que sentía que cada línea era perfecta. Pura obsesión por perseguir la perfección (algo que, de manera objetiva, sabemos que no existe). ¿El resultado? Obras maestras. ¿El precio? Nunca pudo escribir tanto como quería.
Cuando Eugène Ionesco empezó a escribir teatro, sintió que no tenía nada que decir. Decidió traducir frases de un manual de aprendizaje de inglés para inspirarse. Así nació La cantante calva, una de las obras más revolucionarias dentro del teatro del absurdo.
Y no quiero olvidarme de Stephen King, que, tras escribir las primeras páginas de Carrie, las tiró a la basura y decidió renunciar a esa historia. Pero su mujer las recogió de la papelera, las leyó y se las devolvió. Le dijo que siguiese con esa historia. La misma que lo catapultó a un éxito que, a estas alturas, ya es imposible medir.
Lo que pretendo al compartir estas anécdotas (tan vitales) es decirte, en otras palabras, que si escribir te cuesta, bienvenido al club. No se trata de eliminar por arte de magia los bloqueos, las dudas o el miedo; pasan por todos ellos tanto los escritores profesionales como los noveles. Se trata de escribir a pesar de todo.
Pero esa es otra historia. Y de ella hablaremos en Las 4 claves para escribir tu libro.
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🤣🤣🤣 yo me identifico con Margaret Atwood. Todavía me pregunto cómo pude escribir aquel libro tan malísimo hace años. Ahora no soy capaz. Vamos que no sé ni por dónde empezar 🤣🤣🤣🤣.
Al impostor me lo voy a cargar 🤣🤣🤣 Voy a decirle a Bruja que busque a un asesino en serie para que se lo cargue y nos deje en paz
🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣
Perdón, me ha dado un ataque de risa.🤭
Un abrazo, Paulo. Y gracias por estos ejemplos, una deja de sentirse menos bicha rara 🤣🤦🏼♀️