Hay cierto tipo de palabras que no se dicen nunca en voz alta. No porque estén prohibidas, ni porque sean ofensivas, ni siquiera porque sean secretos (aunque lo sean, a veces), sino porque no sabrían sostenerse en el aire si fueran pronunciadas en otro tono. Son palabras que solo caben en un susurro. Que solo se sienten verdaderas si se dicen así, casi temblando. Como si fueran frágiles, como si pudieran romperse al contacto con el ruido.
Pienso, por ejemplo, en los «te quiero» que no se anuncian, que no se declaran, sino que se deslizan, como una caricia, justo antes de dormir; dos palabras susurradas que pueden representar mil relaciones distintas, mil vínculos con la misma fuerza. En las disculpas que salen tarde, cuando ya nadie las espera. En ese «no sé qué haría sin ti» que se deja caer como si no fuera importante, aunque lo sea todo. Pienso también en los nombres que pronunciamos cuando echamos de menos, pero que nos duele decir en voz alta, como si al hacerlo algo se rasgara por dentro.
Están también esas frases que solo se dicen frente al espejo, en el baño, con la puerta cerrada. «No puedo más», «hoy ha sido demasiado», «ojalá me entendieran». O aquellas que uno se dirige en silencio, al corazón o al cuerpo, con la misma mezcla de ternura y reproche con que se cuida a quien ha sido lastimado.
Y luego están las palabras del duelo. Las que se dicen en los velatorios, en las habitaciones vacías, las que se susurran aunque no haya nadie ya para escucharlas. «Te echo de menos», «gracias por todo», «me hubiera gustado decirte…». Qué doloroso es quedarse con un «me hubiera gustado decirte» dentro, con esa espina que a duras penas puede ser arrancada. Son, todas estas, palabras que no necesitan testigos. O quizás sí, pero solo pueden decirse cuando uno está a salvo del juicio ajeno, se pronuncian con total sinceridad cuando la intimidad es casi absoluta.
A veces, lo más íntimo de una persona no está en lo que calla, sino en lo que apenas se atreve a decir. No en el silencio, sino en la voz baja. En el tono con el que nombra sus miedos, sus dudas, sus deseos. En cómo se esconde el lenguaje cuanto más se acerca a lo verdadero.
Curiosamente, esas frases dichas en voz baja son, muchas veces, las que mejor se recuerdan. Las que se nos quedan grabadas con más fuerza. Porque en ellas hay una realidad que no necesita adornos, que no busca brillar ni convencer. Solo ser compartida, aunque sea en un susurro.
Quizá por eso, cuando alguien nos dice algo en voz baja, nos detenemos. Escuchamos con mayor atención. Como si intuyéramos que ahí, justo ahí, está pasando algo importante. Algo que no puede decirse de otra forma. Y a veces, cuando nadie nos escucha, cuando creemos estar solos, también hablamos en voz baja. Le hablamos al pasado, al futuro, a quienes ya no están o a quienes aún no han llegado. Y no importa que nadie responda. Porque esas palabras no buscan respuesta, buscan alivio. Compañía. Sentido.
Las palabras que se dicen en voz baja tienen su propio mundo. Uno íntimo, discreto, resistente. Un mundo en el que lo más delicado sale a la luz de una manera que demanda cuidado.
Por eso, con el paso del tiempo, empezamos a valorar menos los discursos y más los susurros. Menos lo que se proclama a viva voz y más lo que se ofrece en voz baja. Porque ahí, entre lo apenas dicho, es donde a veces se encuentra lo más hondo de todo lo que realmente queremos compartir.
Gracias por tu texto Pablo. Me ayuda a reflexionar sobre comportamientos de los cuales, por habituales no somos conscientes. Me ha recuerda a algo que pienso a veces.Por trabajo uso el inglés, así que luego en mi vida diaria a veces salen muletillas, como thank you, I’m sorry , go ahead y después tengo la sensación de que no las dije con el mismo sentimiento que si las hubiese dicho en castellano? Si lo hubiese tenido que decir en castellano,. lo hubiese dicho así?
bueno, ahí lo dejo… reflexión del primer domingo del verano…
A veces las palabras que no se dicen son las más necesarias. Gracias Paulo.