Escribo esto el 1 de enero, un día con el que simpatizo porque me puedo llegar a ver reflejado en esa especie de incertidumbre que padece dicha fecha, al no saber muy bien qué papel desempeñar en el calendario. El primer día del año tiene cierto encanto, porque está lleno de contrastes. Hace unos pocos años cambié lo de salir engalanado por la noche (y aguantar hasta el momento de abordar cualquier cafetería donde ofreciesen unos churros) por una mañana de paseo sin resaca. Y esto me permite cruzarme con quienes tratan de volver a sus casas con la corbata anudada en la frente y lamparones y marcas de pintalabios en las camisas recién estrenadas, pero también con quienes disfrutan de una caminata fresca después de una noche de descanso.
La vida sigue así su trayectoria con distintos ritmos. Unos ansían llegar a sus camas, otros la han dejado ya hecha. La suerte (o quizás el cambio climático, y en ese caso la suerte será de otro signo) ha querido que en Galicia el primer día del año haya llegado acompañado de un sol invernal muy agradable. El paseo marítimo de mi ciudad estaba más concurrido que en años anteriores, era complicado resistirse a recorrerlo en tan buenas condiciones. Aunque yo había bajado de mi casa con el deseo de encontrarme con una playa casi vacía, el panorama era otro distinto. Pero pude disfrutarlo igualmente, porque reinaba un espíritu de paz, de calma, de querer estrenar el año sin prisas ni runrunes. Me cruzaba con grupos numerosos, con familias reunidas por las fiestas, que sin embargo no hacían gala de un entusiasmo exacerbado; seguramente, porque habían hecho ya derroche durante la cena de Nochevieja y tras las doce campanadas.
De la primera fecha que refleja el calendario parece no esperarse nada concreto. Se reduce el número de compromisos; hay quienes tienen que trabajar y quienes acuden a alguna comida familiar, pero poco más. Son muchos más los que lo encaran como una franja de tránsito, un pequeño oasis en el que detenerse para despedir de manera definitiva el año que ha terminado y mentalizarse de que ya está en marcha uno nuevo.
Mientras paseaba con la certeza, cada vez mayor, de que me sobraba el abrigo con el que había salido de casa, tenía oportunidad de ver el mar de fondo al tiempo que por el camino desfilaban los demás paseantes. Me crucé con distintos corredores, personas enfundadas en mallas que no estaban dispuestas a perdonar un solo día de ejercicio, o que bien estaban determinadas a quemar cuanto antes los posibles excesos de unas fechas donde la comida desborda las mesas. Sonreí al encontrar un patrón en aquellas personas mayores que, a paso lento, avanzaban con un transistor o el teléfono móvil haciéndoles compañía sonora. Curiosamente, ninguna de esas personas escuchaba música, sino distintos programas informativos. Algo que contrastaba con algunos de los más jóvenes, que hacían sonar a artistas musicales que, sin la más mínima duda, habrían sonado a lo largo de toda la noche en muchas discotecas y bares. Me pareció que, dentro del contraste, ahí había un vínculo. Cambiaba el contenido, pero no el continente. Nuestros intereses pueden transformarse según la vida avanza, pero nos aferramos, a veces, a aquello que nos lleva acompañando tanto tiempo.
Al llegar al final del paseo, y antes de desandar el camino para volver a casa, me tomé unos minutos de descanso ante Cortegada, una pequeña isla a la que uno puede llegar, cuando la marea está baja, mojándose poco más que los tobillos. Pensé, mientras recorría con la vista el lugar, en la de cosas que pueden ocurrir en el plazo de un año. Son trescientos sesenta y cinco días, que no son pocos, pero puede que no siempre nos detengamos en todas las experiencias que nos tienen a nosotros como protagonistas principales. Ponemos a menudo el listón un poco alto en cuanto a propósitos, incluso cuando los visualizamos de manera genérica. Quienes evitan pecar de ambiciosos y no piden nada más que salud, dinero y amor no saben que lo están pidiendo todo. O puede que sí lo sepan, y por esa razón no se atrevan a concretar en qué forma debe llegar cada uno de esos deseos.
Mi último año ha estado lleno de primeras veces, y algunas las había pasado por alto hasta llegar a la vista de esa pequeña isla que el sol bañaba con un ahínco inusitado para la fecha. Creé por primera vez un pódcast, estuve por primera vez en una sala de guionistas, llevé a cabo por primera vez un curso de escritura online, escribí por primera vez una carta de recomendación... Pero, desligándome de lo puramente profesional, pude disfrutar aún más de un recuento que he terminado por agradecer. Porque en 2024 disfruté de la lectura gracias a muchas historias nuevas, descubrí nuevas canciones que me acompañaron y me acompañan en situaciones muy distintas, gocé con series y películas que tenía pendientes. Di con nuevas rutas por Madrid, conocí nuevos lugares, salí de mi zona de confort en los karaokes destrozando nuevas letras, aprendí a bailar peor, probé con recetas culinarias hasta entonces impensables en mi descuidada dieta. Confirmé que para que entre en tu vida nueva gente con magia no necesitan alinearse los astros, porque si uno está receptivo, aparecerán en forma de vecinos de tus amigos, de tropezones involuntarios en la barra de un bar o de cualquier hecho en apariencia fortuito que, sin embargo, tendrá una base lógica. Hay momentos en los que, para que nos pasen cosas buenas, no tenemos más que dejarles la puerta abierta.
Al dejar la vista de Cortegada atrás y emprender el camino de vuelta a casa, tomé un pequeño desvío para pasar por delante de mi antiguo instituto. Hacía años que no pasaba por delante. No lo encontré muy cambiado, y eso le facilitó a la nostalgia darse un pequeño homenaje. Pero también me permitió valorar todo lo que había tenido oportunidad de vivir desde aquella etapa en que no me preocupaban los kilos de más y los pelos de menos. Y obvié en ese repaso los supuestos grandes hitos, porque esos se han llevado ya su reconocimiento. Agradecí acordarme, sobre todo, de aquellas personas que han pasado por mi vida, desempeñando distintos roles. Porque, cuando uno escribe, tiene más presente aún que todos los personajes pueden jugar un papel crucial en las historias, sin importar si están en primer, en segundo o en tercer plano.
Al final, la vida va de cruzarse con mucha gente, como hacía yo en el camino de vuelta en este nuevo 1 de enero, aunque en un primer momento había confiado en tener la playa casi para mí solo. Y aunque el recorrido era el mío, porque decidía yo el ritmo, la ruta y los pensamientos que quería que me acompañasen, fueron las personas que acudieron a mi mente las que dieron valor a esa recapitulación por todos los pequeños grandes hitos del año que ha terminado, con la esperanza de que en este nuevo por el que ya transitamos vuelvan a darse muchas experiencias por primera vez, y también otras tantas conocidas, pero que hacen querer continuar el camino hasta donde la vida y las ganas lleguen.
Ese paseo del día uno lo compartimos Paulo, aunque yo en el sur visitando de improviso la Real Abadía de San Jerónimo, a falta de mi habitual caminata junto al mar.
Este año mi reflexión posterior a ese paseo fue que mi propósito es estar más atenta a mi intuición, observé que ella siempre me guía a lugares correctos, y el taller de escritura ha sido uno de esos lugares. Qué pena que se acabe. Pero te seguiré leyendo los viernes y escucharé los podcasts que dejaste para afianzar conceptos.
Uno nunca sabe a quien le hará bien lo que tu intuición te mostró y venciste al miedo. Un abrazo.Marisa.
Como balance no está nada mal, Paulo.
Y como comienzo de año, tampoco. Dejar entrar nuevas personas,nuevas ideas, nuevas experiencias.
La verdad es que muchas veces actuamos como si todo fuera inamovible y no es cierto. Vamos decidiendo a cada paso.
Espero que este nuevo año te depare también muchas cosas bonitas.