Como cada verano desde que la pandemia quiso dar un vuelco a nuestras vidas, estoy ya en Galicia. El teletrabajo permite que todo lo que necesite para sacar adelante los distintos encargos que me toca afrontar sea un ordenador portátil y mucha dedicación. Y esta última se consigue con mayor facilidad cuando uno se quita unos diez grados de temperatura de encima. Lo de dormir por las noches tapado con una sábana es casi un capricho cuando uno huye del calor asfixiante de la capital en los meses de estío.
Resulta curioso el contraste entre un lugar y otro. El ritmo al que se mueve la gente por una gran ciudad poco tiene que ver con el que recorre las calles de una pequeña. Aquí apenas hay aceleración, porque hacerlo significaría atravesar en cinco minutos el espacio de una punta a otra, y entonces esto pasaría a convertirse en una jaula. Lo que también ralentiza el ritmo en un lugar pequeño es que puedes sentirte como las celebridades que de vez en cuando te cruzas por Madrid; siempre hay un vecino, un conocido o un familiar lejano que te reconoce y te para con el interés de saber de tu vida, tras tanto tiempo sin coincidir. No te piden selfis, gracias a Dios, pero sí el currículum vitae, si les dejas.
Podría hablar de otras muchas bondades de las que mi ciudad natal, Vilagarcía de Arousa, presume durante esta estación del año. Como las posibles caminatas nocturnas por el paseo marítimo, los planes con los amigos de toda la vida, el reencuentro con algunas amistades de la infancia, o la ilusión tonta de ir a trabajar a la biblioteca y encontrar en la estantería de obras destacadas un ejemplar de Tierra yerma. No hay como ser lugareño para que uno adquiera méritos. Pero este año, junto a todo lo anterior, hay algo más.
A este lugar de calma y de noches frescas he llegado estos días con el propósito de empezar a escribir mi siguiente novela. Toca primero terminar un par de correcciones de otros autores, y luego estructurar bien algunos trabajos que no se deben poner en pausa; cosas de no ser un escritor superventas que pueda encerrarse en su despacho para centrarse única y exclusivamente en crear su siguiente obra. Pero la ilusión y la inminencia baten ya con fuerza. Cada día que pasa, los personajes están cada vez más presentes en mi cabeza. Aparecen escenas sueltas, diálogos que desconozco qué hechos harán detonar, ideas abstractas que toman poco a poco forma sin revelarme todavía el peso que tendrán en la trama. Surge un color, un timbre de voz, una emoción, una decisión que tomar. Brotan distintos elementos, y sobre todo distintas sensaciones que me hacen querer pararlo todo y lanzarme de lleno a esta historia nueva. O no tan nueva.
Porque la historia que voy a escribir ya está escrita. Paradójico o absurdo, así de entrada. Pero tiene una explicación. Hace nueve años, presenté como trabajo final de máster una novela (el máster era de creación literaria multidisciplinar, que no se extrañe nadie). Era la segunda novela que escribía, la primera en la que trataba de aplicar con mucho tiento y poca soltura algunos de los conocimientos adquiridos durante los estudios de esta titulación. Lo del tiento y la soltura fue algo que me hizo saber, en parte, el jurado compuesto por varias de mis profesoras; lectoras inteligentísimas, tutoras apasionadas, críticas implacables. Les gustó mi idea, las intenciones y los personajes que la componían. Pero concentraron muchos de sus puntos flacos en una sola frase: Quizás podrías presentarla a algún certamen literario juvenil.
Yo no había escrito una novela juvenil, no al menos de manera consciente, y ellas lo sabían. Lo que venían a decir era que la novela no estaba madura, y que los temas que pretendía reflejar estaban desarrollados de una manera que quizás podría sostenerse para un público joven y todavía inexperto, pero no para uno adulto con mayor experiencia lectora. Y ahí se quedó esa novela. Vinieron luego otras, un par de ellas propias, que tampoco vieron la luz, y unas cuantas por encargo que lucen el nombre de otras personas en su cubierta. Pero nunca llegué a olvidarme de ellos.
Esa historia, la del trabajo final de máster, era una historia de personajes. El tiempo y la experiencia (o lo que es lo mismo, la escritura y la lectura acumuladas a lo largo de estos años, y también ciertas vivencias) me han confirmado que, en efecto, la novela no estaba madura. Porque no había elegido al narrador apropiado para contarla, no había desarrollado lo suficiente a los personajes para entenderlos, no había trabajado en detalle la trama para que lo que en ella ocurre se sostenga con mayor coherencia. Y todo eso es lo que voy a hacer ahora. Aceptar un desafío. Nunca he reescrito una novela, supone un reto nuevo. Me he propuesto, además, no rescatar ni un solo párrafo, diálogo o frase de lo ya escrito. Releeré, pero partiré de cero. Prohibido copiar y pegar. Porque resulta tentador aprovechar el trabajo ya hecho, lo cual sería meter el pie en un cepo colocado por uno mismo.
Como no quiero dedicarle a este trabajo un tiempo residual, debo confesar que pensé en parar esta newsletter durante las semanas de verano. Aunque pronto descarté esa posibilidad. Me resultaría extraño llegar al viernes y no tener nada que compartir, extraño y triste. Esta se ha convertido en una bonita costumbre. Por eso he dado con la solución adecuada: en las semanas siguientes publicaré aquí algunos de los textos escritos hace casi un año en mi web, y cuya acogida fue el detonante de que, poco después, Ya es viernes echase a rodar como un espacio propio para esas pequeñas reflexiones, cartas o relatos semanales que quería escribir.
No los dejaré ya todos programados, quiero disfrutar del ritual de cada noche de jueves, en el que cargo en la plataforma el texto, busco la imagen apropiada que lo acompañe y selecciono la hora en que debe llegar a las más de tres mil bandejas de correo electrónico que cada viernes acogen estas palabras. Los textos que recuperaré ahora son desconocidos para la mayoría de los aquí presentes, ya que el crecimiento de este pequeño rincón de letras es algo que todavía no me explico del todo bien. Para los que estabais aquí (es decir, allí, en el blog de la web) ya desde antes, seguro que volver a alguno de ellos tendrá su punto de nostalgia. Haré también alguna leve modificación, si lo requieren, para adecuarlos al momento presente.
En cualquier caso, aquí seguiré. Leyendo y respondiendo vuestros comentarios, como de costumbre, y quizás yendo en contra de mi propia palabra y publicando de por medio algún texto nuevo, ya que a veces la realidad se impone (si uno se lo permite). Lo que sí quería era plasmar mis intenciones, porque no solo deben compartirse las penas o las quejas. Y enfrentarme a este nuevo reto, reencontrarme después de tantos años con estos personajes para tratar de hacer de ellos una mejor historia y de mí un mejor escritor, no era algo que quisiera dejarme en el tintero. Como imagino que necesitaré suerte, podéis deseármela. Pero deseadme mejor tiempo, que es siempre lo más valioso y a veces lo menos abundante. El entusiasmo y el compromiso prometo ponerlos yo.
Qué gran propósito Paulo.
Te deseo mucho tiempo, inspiración, vivencias, tranquilidad y sosiego para plasmar todo eso que bulle en tu cabeza en la nueva novela. Hacerlo público supone además una manera de hacerlo real.
¡Buen verano!
Galicia calidades 😀