A los amores de verano siempre se les ha reconocido la esencia de su fugacidad. En las historias de ficción, tengan estas forma de libros, películas u obras de teatro, este tipo de relaciones son como esos insectos llamados oportunamente «efímeras» (se les dice también «cachipollas», pero por lo que sea suena menos evocador), que nacen y mueren el mismo día. En la versión humana, el amor nace y muere en la misma estación. Por eso llama tanto nuestra atención: tiene que concentrar toda su intensidad en un plazo muy acotado de tiempo. Dura menos, pero, paradójicamente, por esa misma razón los protagonistas pueden vivirlo más.
Todos conocemos relaciones prolongadas en el tiempo de manera absurda, como si quienes las dilatan fuesen los únicos incapaces de ver que aquello que habían creado juntos lleva ya tiempo sin vida. Se aferran a algo que ya no existe, al fantasma de una vida compartida. Vivir una relación así es más común no de lo que pensamos, sino de lo que muchas veces nos atrevemos a reconocer. Igual que resulta muy complejo admitir que de esas relaciones surge la infelicidad, la tristeza, la inseguridad o mismo una depresión mayor. Sin embargo, cuando somos nosotros quienes las vivimos, tenemos la capacidad de desoír a quienes nos advierten del pozo en el que nos hemos hundido. Eso hace, también, que cuando nosotros somos quienes vemos la relación desde fuera, a veces callemos y nos convirtamos en cómplices, aun en contra de nuestra voluntad. Y es que el cariño no siempre adquiere formas diáfanas. ¿Qué es mejor, lanzar la verdad a la cara de alguien a quien apreciamos, conscientes del dolor que le causaremos, o callar, conscientes del dolor que se seguirán causando?
Por eso los amores de verano funcionan tan bien en nuestro imaginario. Sin embargo, en la vida real se los mira con cierto recelo. Queremos seguir leyéndolos en cualquier novela, suspirar y pasar páginas para sentirnos parte de los arrebatos, de la complicidad acelerada, de la adrenalina de ser testigos de algo que tiene fecha de caducidad. Queremos salir del cine con la sensación de haber vivido algo tan pleno en tan poco tiempo. Pero una vez estamos fuera del terreno de la ficción, acotar el amor a una sola estación parece tener peor cartel que las citas concertadas a través de una aplicación del móvil. Para muchos, no se trata de amor, solo de testosterona. Una dosis de dopamina. Se excusan en que el amor, si es auténtico, no tiene fecha de caducidad. Argumentos en la línea de esto último he oído y escuchado unos cuantos. Y puede que sea cierto, pero siempre me da por pensar qué entiende cada uno por «auténtico». También pienso, y alguna vez he llegado a compartirlo en voz alta, en si seguiría ese amor, que tantos asocian a la pureza, sin tener fecha de caducidad si los humanos fuésemos eternos. ¿Compartiríamos hasta el infinito nuestra vida con la misma persona? ¿Dejar de hacerlo sería dejar de amarla?
Un amor de verano puede llenar el corazón de ilusión, de emoción, de entusiasmo. Puede dar color a una vida que llevaba un tiempo moviéndose entre una gama de grises. Un amor de verano es tan lícito como uno de otoño, de invierno o de primavera. Llamarlo así, amor de verano, no tendría por qué restarle ni seriedad ni valor. Y, sobre todo, no debería estar acotado a la juventud. Por qué habría de estar mal vista una relación así a los cincuenta, a los setenta, a los noventa. La clave está en que, en esa relación, la importancia recaiga sobre la primera palabra y no sobre la segunda. Lo que importa es lo vivido, no la época. Si es amor, no importa que dure un día, un mes o toda la vida.
Así que sí, esta es una carta de amor al amor. Al de verano. Aun cuando no tengo muy claro haber vivido alguno en primera persona que haya trascendido lo platónico. Quizás es que, al ser del norte, el calor no me anima en exceso a soltar mi corazón por las playas, los parques o las terrazas. Pero siempre he preferido las lágrimas de una despedida a las de una vida encadenada al sufrimiento. Me quedo con quien sabe (y, sobre todo, elige) disfrutar del presente sin tener establecido el futuro. Más que nada, porque el futuro no puede establecerlo nadie; hace lo que él quiere, y eso no siempre coincide con lo que queremos nosotros. Quien mira por encima del hombro a quien vive amores efímeros suele hacerlo para no posar la vista en lo que tiene al lado. En ese amor que seguramente fue, algún día, pero que ya no es.
Lo bueno, además, es que una relación de verano no tiene que estar condenada a existir durante una sola de las cuatro estaciones del año. Puede nacer ahí y crecer poco a poco, en contra de su propia naturaleza, por eso de que el amor tiene razones que la razón no entiende. Tenemos más suerte que las efímeras, o que las cachipollas. Si nos enamoramos de verdad, podemos dejar que el tiempo se extienda y se expanda. Que el verano se aleje y se acerque el otoño. Porque la distancia no siempre es el olvido, ni tiene que ser siempre distancia. Ahora que hemos pasado el solsticio, ojalá la espuma del mar acaricie muchas pieles, que las copas con hielo llenen de sonido las noches y que los amores de verano no queden apresados en las pantallas del cine o las páginas de una novela.
P.D.: Ya está disponible el décimo episodio de De buena tinta, mi pódcast sobre el oficio de escribir. He contado con una invitada de lujo: Leire Larrañaga, experta en marketing digital. Y ha hablado de muchas cosas interesantes y valiosas sobre el marketing literario. Lo podéis escuchar aquí.
🤣🤣 pues que viva el amor, claro que sí.
Me haces reír con algunas cosas, Paulo, pero qué gusto da leerte.
Siempre he asociado los amores de verano a la adolescencia, será porque los viví entonces 😂 y luego ya me cansé 😂. Esos amores son especiales, aunque como dices, también podrían asociarse al otoño, la primavera o el invierno. Pero en el verano uno tiene otra predisposición, hay otro ambiente, el calor, el mar, los vestidos 😂y el pelo suelto y mojado.
Si no te importa, hoy quiero centrarme y destacar una pregunta importante que has hecho: si seríamos capaces de decirle a alguien la verdad sobre su relación o sobre el dolor que vemos que está sintiendo (más o menos algo así☺️). Sin duda si es alguien a quien aprecio, a quien quiero, con respeto y delicadeza tendría que decírselo. Siempre es bueno tener a alguien al lado que nos diga las cosas que ve desde otra mirada. Con otro enfoque para que nos haga reflexionar. En un relación es más difícil, pero necesario igualmente.
Muchas gracias por tu newsletter.
Un abrazo, Paulo.
Precioso lo que dices y cómo lo dices 😍